martes, 23 de septiembre de 2008

El primero: Diego Marcos

Y el primer personaje es el amigo que arriba dije que ahora se dedica a arreglar farolas en Majadahonda. Vive en Alcorcón, pero trabaja en Majadahonda. Hace ya unos cuantos años que bajó a Madrid. Desde entonces, ha trabajado en atención telefónica, de reponedor, de camarero, ha preparado cestas de navidad y quién sabe qué más. Se licenció en Geografía, pero perdió el Norte cuando se fue al Sur. En realidad, se fue al Centro, y el Norte no lo perdió, lo ganó: ya está hipotecado y en breve, seguro que casado. Pero en este blog, lo que interesa son sus logros deportivos. Solo le vi jugar una vez, con el juvenil del Retuerto. Eran los últimos compases del partido en La Siebe. De hecho, todo lo que pudimos verle fue cómo le daba un patadón al balón al borde de su área y el árbitro pitó el final. Hacía pareja con Manjón y defendió a Aarón Gamboa, una de esas estrellas de la cantera del Athletic que desgraciadamente nunca llegaron a nada. A la tercera que se le fue por velocidad, se lanzó a por su rodilla: si pasa el balón... Este blog no pretende ser educativo. Hazañas tiene algunas: varias veces me repitió cuál fue su gol preferido, creo que de cabeza al segundo palo, pero no me acuerdo. También hablaba de cuando entrenaba con los mayores o de un torneo internacional de juveniles que jugaron en Valencia. Sobre todo se acordaba de los pedos que se agarraban los italianos. Tuvo de compañero de banco a Iñaki Lafuente. Seguro que algún día se anima a colgar aquí su biografía y palmarés. Por ahora, sirva de prólogo y de homenaje a todos los que se quedaron en Preferente o en División de Honor, y disfrutaron del fútbol de campos de arena y fichas trucadas. Siempre que hablábamos de los tiempos del futbito, de los campeonatos en Mukusuluba, de la alcantarilla del campo del Juan Ramón Jiménez, o de aquella camiseta tan fea que mi padre le sacó al de Jon Sport, siempre recordábamos los partidos que ganábamos y cómo el entrenador nos llevaba a la tienda de golosinas. Compraba una botella de jarigüay y nos la íbamos rulando a morro. Aquellos fueron nuestros primeros botellones.

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