lunes, 2 de marzo de 2009

Endika Guarrotxena

Él fue el último. En el minuto 13 y medio de la primera parte, Schuster rechazó un balón a la banda, le cayó a Argote a los pies, centró y Endika lo bajó con el pecho y remató de puntera con su pierna izquierda para batir a Urruticoechea. Aún le veo con el puño levantado. Recuerdo mi bandera que no era más que una vieja camiseta amarrada por las mangas al palo de una escoba y cómo mi padre me animaba a salir al balcón para ondearla. Aquella fue la última vez.
Echando la vista atrás, creo que en todas las entradas he mantenido cierta prudencia, sin comprometerme, contando alguna que otra intimidad pero muchas veces disfrazada con artimañas de ficción. Me mojé con lo de Walter O'Malley pero no le di la estocada a Ronald Reagan tal y como hice en su día cuando esa entrada fue un artículo. Hablé de Obama y quizás, de vez en cuando, se me ha escapado una opinión hasta encendida, como cuando me levanté con la última "boutade" de Cristiano Ronaldo. Sin embargo, creo que nunca he hablado abiertamente de mis debilidades, que son siempre sentimentales, como las crónicas que pretendía recoger este blog. Una de mis debilidades es la siguiente: soy aficionado del Athletic Club de Bilbao. De manera irracional, con pasión, intentando ser crítico y plural pero sin poder evitar que el corazón se maneje por el capricho de un balón. Con los años, ese sentimiento se ha ido sosegando, de manera natural. Tanto por los buenos momentos, como por los malos, acabas por darte cuenta de que no merece la pena perder tanto tiempo ni tanta energía con el fútbol, pero, aún así, hay cosas que son irremediables.
El miércoles es la vuelta de la final de Copa. Sería muy fácil empezar ahora con una lista de argumentos para justificar que ya nos va tocando la suerte de jugar una final, pero, en el fútbol, la suerte sirve un poco menos que el talento y la actitud de los jugadores y, supongo, que de eso, hemos estado cortos los últimos 25 años, o, nuestros rivales, han estado más sobrados. Ahora tenemos una buena oportunidad. Parece que todo el mundo lo tiene decidido, más aún que cuando hace unos años estuvimos en una situación aún mejor ante el Betis. Parece que es ahora o nunca, y nunca nunca funciona en el fútbol. Habrá más, pero como tengan que pasar otros veinticinco años, a la próxima, no llego con entusiasmo. Lo confieso, nervioso, no, pero cierta excitación sí que siento. Me conformo con jugar la final, con volver a saber qué es eso, con saberlo por primera vez, porque la anterior, tenía poco más de ocho años. Desde entonces, he vivido grandes momentos en mi vida: he conducido un coche sobre un lago helado, me he enamorado, he visto tocar a Brian Wilson en directo, he dado clases en la Universidad, me he despertado en la playa y he vivido durante casi un año en un pueblo perdido en el medioeste americano. También he vivido muy malos momentos que es mejor no ilustrar con ejemplos. Si el miércoles el Athletic se clasifica para la final de la Copa, creédme, lo disfrutaré y lo celebraré como un buen aficionado, pero esa victoria no estará entre los mejores momentos de mi vida. Tampoco si a alguien, ya en la final, se le ocurre marcar un gol y derrotar al Barcelona de Messi, igual que en su día derrotamos al Barcelona de Maradona. Estoy seguro de que me quedan muchas cosas mejores que vivir, pero, aún así, será un gran día. Sería un gran día. No, será un gran día. Ojalá, mañana, se lleve una alegría mi lado más irracional, romántico y visceral que, de vez en cuando, tampoco viene mal. ¡Aupa Athletic!

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