martes, 24 de julio de 2012

Michael Morkov



Se acabó el Tour y ya he estado revisando las reflexiones finales que se han hecho desde varios equipos y en la prensa especializada. Todos parecen coincidir en que ha sido un Tour un tanto extraño que pasará a la historia por el esplendor británico, aunque los franceses se han llevado su tajada de éxito, un éxito más reluciente aún en cuanto parece apuntar al futuro más que al presente.
Voy a hacer esta recapitulación de manera vaga y atropellada. No me voy a poner a revisar los resultados, a enfangarme ahora visitando las clasificaciones, y me limitaré a hacer mención de las cosas que recuerdo, las que han permanecido en mi cabeza. 
De entre todos los nombres que podría haber elegido, he optado por el de Michael Morkov como podría haber optado por cualquier otro. Aunque Mark Cavendish se haya llevado tres etapas, él mismo confesó que estuvo desesperado por lograr un esprint, y eso no deja de denotar que ha habido más escapadas que llegadas en grupo, y, en este aspecto, Michael Morkov fue el protagonista en la primera semana, y, aún así, también apareció en la última. Se podrían haber llevado el mismo premio los cinco supervivientes del Euskaltel-Euskadi que fueron capaces de superar la retirada prematura de todos sus puntales para dar una lección de pundonor y carácter. Se dejaron ver en prácticamente todas las etapas, con ataques bien calculados y otros desesperados, rozando la victoria y alcanzando, como premio final, un buen puesto en la general de Egoi Martinez y los halagos de casi toda la prensa al trabajo de Gorka Gerrikagoitia. De hecho, la imagen general del equipo destaca aún más ante otra imagen menos positiva que ha caracterizado este Tour: los desaguisados en la estrategia de equipo. Imágenes como la de Cadel Evans aplaudiendo a un vacío por el que se había marchado Tejay Van Garderen o la de Andreas Kloden pasando como una bala junto a su compañero Haimar Zubeldia, son una nueva prueba de que algunas de las apuestas de la UCI para con el ciclismo profesional van en contra de los valores más naturales que hasta ahora apreciábamos en este deporte. Lo mismo sucedió cuando se les preguntó a alguno de los veteranos en los primeros días de Tour sobre las razones para tantas caídas (otra, pero ésta ya parece costumbre, de las características de esta carrera), y corredores como Alejandro Valverde, Óscar Freire o Thomas Voeckler, todos coincidieron, con distintas palabras, en resaltar el nivel de tensión y competitividad que se veía en el pelotón. 
Quizás ése último nombre sea el de uno de los protagonistas más señalados de este Tour. El francés Voeckler, que llegó renqueante a la prueba, ha llevado a lo más alto a un Europcar que se veía salpicado antes del Tour por presuntas acusaciones de dopaje. Entre Voeckler, Rolland y Kern el equipo ha alcanzado un nivel de sobresaliente. Igual que Thibaut Pinot que le dio una alegría mayúscula a Madiot y se propone como el definitivo objeto de todas las ilusiones del ciclismo francés. Las de otro país, y las de todo el ciclismo internacional, están puestas en un Peter Sagan que tiene todo lo necesario para convertirse en el nuevo Laurent Jalabert. La misma clase que el francés y que el checo tiene el español Luis León Sánchez, que durante la primera parte del Tour, fue protagonista por su dolorosa historia de amor con Tony Martin, y, al final, sacó toda la raza y el talento que guarda para quedarse cerca del doblete en victorias si no hubiera sido por la arrogante e impresionante capacidad de Mark Cavendish. 
Si quitamos a todos estos, y a otros que ahora no me vienen a la cabeza, los protagonistas han sido los Sky. La victoria final de Bradley Wiggins, unida a la fuerza controlada (¿maniatada?) de Chris Froome han llevado al equipo de Sean Yates a lo más alto unos cuantos años antes de lo que calcularon. Otros corredores de equipo como Bernhard Eisel, Michael Rogers o Richie Porte también merecen su parte de gloria en esta hazaña. Wiggins tiene vocación de estrella iconoclasta, siempre deja joyas en sus declaraciones, ha ido superando etapas en silencio y ha ganado este Tour al más puro estilo Indurain. Que Froome podría haberle dado más guerra con otra camiseta, es algo que no sabremos nunca, pero, con sinceridad, da más miedo la fuerza efervescente de las piernas de Froome que el sufrimiento pausado de Wiggins, aunque no le quito mérito a un vencedor que ha sabido lidiar con los problemas del equipo, con la valentía de Nibali y con el tesón de Van den Broeck. Cadel Evans se quedó lejos de molestarle. Sus pinchazos no fueron la culpa de su desfallecimiento, y estuve tentado de responder a sus declaraciones después de aquel día, pero preferí aguardar a que el Tour tuviera conocimiento de lo que había pasado. No sé sabe nada, así que tampoco me entraron las ganas de hacerlo ahora. 
Mención especial para tres veteranos (añadiría a cuatro porque Chris Sorensen me llega a la patata) que se llevaron su porcentaje de protagonismo con todo merecimiento. Primero, un Alejandro Valverde que venía con más pretensiones pero supo sufrir y aprovecharse del marcaje entre Froome y Wiggins para volver a ganar en Francia. También volvió a ganar David Millar, otro arrepentido que ha sabido reciclarse en un cazador de escapadas y un hombre de equipo en el llano. Y, por último, Haimar Zubeldia, que, como después confesó, superó una cardiopatía para convertirse en el líder de un equipo que sufrió la descalificación de Franck Schleck por un positivo que suena a canción del verano, la verdad. 
En resumen, un Tour marcado por querer más que poder, por las ausencias más que por las presencias y por muchos aspectos ajenos a lo propiamente ciclista: caídas provocadas, declaraciones incendiarias, positivos y una edición que, quizás esto sea una apreciación personal y equivocada, ha tenido la mayor demostración de arte francés, ya sea arquitectónico ya sea por la pasión de la afición francesa por las instalaciones móviles en las fincas por las que pasa la carrera. 
Se me quedan nombres y cosas colgados, por supuesto, pero esto va rápido, y ya estamos pensando en la vuelta, que si corre Froome que si no corre, en la Vuelta a Burgos y en los nuevos equipos (hoy se presenta el nuevo proyecto de Euskaltel quizás con Euskadi). Pero un último detalle: mi actuación en la porra, patética, aunque nuestro vecino de las Asics, desde Lyon, nos da un respiro y se lleva él el farolillo rojo. ¿Quién ganó? El de siempre, un Kantzelara-Kantzelase que va a tener, a este paso, mejor palmarés en porras que el que tiene su adorado ciclista suizo ganando contrarrelojes. Enhorabuena a la gente de bttzaleak (un gran blog si os gusta practicar ese deporte) en la organizacion de la porra. 

Y, punto final, he seleccionado esa foto porque... ¿a alguien le queda alguna duda de que Bradley Wiggins es un mod? Ya hablaremos largo y tendido de él algún día. 

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