martes, 14 de agosto de 2012

Paul Roli Backer



Llevo varios días con su nombre escrito en un mensaje guardado del móvil. Desde que lo vi tallado en una lámina de piedra en el pequeño jardín que rodea el albergue público de Melide, tuve la intención de escribir esta entrada. 
Yo andaba merodeando a pie de carretera, fumándome un cigarro y haciendo que esperaba, mientras lo que realmente hacía era fijarme en ellos, en sus gestos, en sus pies, en sus miradas. Si reían, si bostezaban, si suspiraban. Si estaban felices o tristes. Que estaban cansados lo tenía claro. Vi la lápida en homenaje al peregrino holandés, tiré el cigarro al suelo y entré dentro. En recepción, me recibirieron con una sonrisa mientras M tomaba nota de los números de pasaporte y sellaba las credenciales. Cuando se alivió el trabajo, interrumpí a I y pregunté: ¿quién era Paul Roli Backer?
Después de que me lo contara, cuando llegó la hora de marcharse, salimos fuera y nos asomamos al jardín. M estaba orgullosa de sus plantas, aunque la tomatera estaba desnuda y la tierra curtida, reñida con las colillas de los peregrinos fumadores. Todo me resultó aún más simbólico. Paul Roli Backer en una esquina de aquel jardín que M intentaba hacer crecer con la determinación perezosa propia del carácter gallego. Días más tarde, ayudaba a K, el hijo de tres años de M, a regar las plantas con un barreño de plástico. El niño, no, pero yo imaginé que, de alguna manera, estábamos regando el recuerdo de Paul Roli Backer, aunque suene lo suficientemente cursi para destrozar aquel momento.
Paul Roli Backer era un peregrino holandés de avanzada edad que en 1996 falleció en el albergue de Melide, a dos etapas de culminar su viaje por el camino de Santiago. Su mujer lo encontró por la mañana, después de sufrir un ataque al corazón. 
Me picaba la curiosidad, y volví a preguntar. No te cuento la pregunta, pero te doy la respuesta: sí, muere gente en el camino, todos los años. Incluso, añadieron, la muerte más común es perderse por los bosques que rodean Roncesvalles y acabar desorientado, pereciendo de hambre y frío. Para más detalles, me dijeron que los coreanos suelen sufrir estas desgracias. Ahora, no te cuento mi respuesta, porque todo fueron preguntas, preguntas que me hacía a mí mismo: ¿de verdad?, ¿en Roncesvalles?, ¿cuántos?, ¿cómo?
Me dediqué a comer pulpo y beber ribeiro tinto. Volví al albergue, fumé mientras miraba el nombre cincelado de Paul Roli Backer, intenté robar peras de la finca de enfrente y seguí observándolos. Algunos llegaban tarde, y ya no había plazas en el albergue. Se sentaban en las escaleras, intentando que el cansancio no les impidiera buscar una solución. Estudiaba sus muecas, sus posturas, sus semblantes. Intentaba imaginarme por qué lo hacían, qué buscaban, qué iban encontrando. ¿Habían descubierto el sentido esotérico del camino? ¿Sí, no? ¿Lo encontró Paul Roli Backer? ¿Supo que se iba a morir? ¿Le dio tiempo a averiguar si había merecido la pena? Y volvía a mirar la piedra, la letra burilada como si fuera un petroglifo, un mensaje cifrado, una marca de cantería que escondía algún tipo de energía regeneradora que, en realidad, a mí no me correspondía. Yo vestía vaqueros, estaba allí quieto, fumando, con mis pies sanos y ninguna intención de quemar mis zapatillas en Finisterre. 
Seguí comiendo pulpo, y cocido, y churrasco, y bebiendo ribeiro y cerveza y hasta agua, cruzándome con peregrinos de piel atezada mientras yo buscaba un bar para ver las Olimpiadas. Y eso también me parecía simbólico, pero ya me he puesto bastante en evidencia. Así que volvimos a casa, me olvidé de los peregrinos, del mensaje que guardaba en el móvil y de todos los simbolismos facilones que reducen al mínimo mi dignidad alegórica. 
Hasta hoy, que me aburría. Y tenía el móvil en la mano y me he puesto a enredar. Paul Roli Backer. 
Me he puesto a enredar en la red, hasta que la he sacado, y no había pescado nada. Mientras tenía la red en el mar, he leído. He leído quién fue el apostol Santiago y cómo se volvió cabizbajo a casa después de evangelizar sin mucho éxito por las costas del Mar Tenebroso. He leído cómo se le apareció la virgen, cómo se hallaron sus restos, cómo se le otorgó la gracia del jubileo a la Catedral. Por leer, casi hasta me he leído el Códex Calixtinus. Pero no, no he encontrado cifras, datos, pistas en las estadísticas que recoje la Oficina de Acogida de Peregrinos. Al final, he encontrado una entrevista de 2008 a Genaro Cebrián, Director de la Oficina del Peregrino por aquel año. La entrevista venía a razón de la muerte de un peregrino francés en Mañeru. Solo una peregrina recibió la "Compostela" sin haber llegado a Santiago. Tenía 19 años y murió cerca de Palas de Rei. La última pregunta de la entrevista intentaba averiguar si alguien guardaba un registro de los fallecidos en el Camino. La respuesta fue negativa. Solo se hace una reseña en la revista oficial cuando la familia informa de la muerte de los peregrinos. 
Tengo un cenicero en casa con forma de vieira. Me la trajeron de Galicia. Dicen que los peregrinos llevan como símbolo una vieira para reconocerse porque los primeros que se atrevieron a iniciar la tradición de caminar para visitar las reliquias, volvían con ellas a casa como si fuera una credencial de que, en realidad, sí que habían hecho el camino. Yo no lo he hecho, y fumo, y veo la ceniza en la vieira como si dibujara algún tipo de misterioso mensaje en clave. Las reliquias son cenizas, ¿no? Me pregunto si Paul Roli Backer fumaba. Si algún día, me dejaré de símbolos, y haré el camino, ya sea por devoción, por interés cultural o por probar mis límites físicos. Lo que está claro es que mis alegorías... sí que son un poco peregrinas. 
Ánimo a todos aquellos que estéis en camino...

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