viernes, 19 de julio de 2013

Svein Tuft



Con algún intermedio para hacer algo útil como comer, ir al baño, leer un rato o cabecear cinco minutos de siesta, he de reconocer que me he tragado la etapa del Tour de To a Ur. De Bourg-d'Oisans a Le Grand-Bornand. Casi que he hecho como Pedro Delgado y Carlos de Andrés y he aprovechado los descensos para comer. 
Los primeros kilómetros han sido divertidos: la osadía de Ryder Hesjedal, la ilusión de Ion Izagirre, un pelotón de cuarenta detrás, Christophe Riblon que se iba, Pierre Rolland que buscaba la épica, Romain Sicard que emulaba a Jens Voigt, Daniel Navarro que se superaba, Mikel Nieve que se bloqueaba, Andreas Kloden que hacía bicicleta estática, Rui Costa que rompía la pendiente como si se tratara de una pompa de jabón. Por detrás, el espectáculo ha sido mínimo. Es muy ventajista reprocharles a los corredores que no ataquen a la desesperada, que no se despeñen cuesta abajo, que no hagan gestos de dolor y expriman sus piernas en la turbomix de sus vielas. Si no lo han hecho, será que no han podido. 
El Glandon se ha presentado como un monstruo dormido, La Madelaine como una broma pesada y la sierra punzante del final de la etapa se ha convertido en un tiovivo de dolor y sufrimiento. Decían que era la etapa reina, y quizás por eso ha aparecido hasta la lluvia. 
Puede que los aficionados se queden con un sabor de boca agridulce. Al fin y al cabo, se llegó a Alpe d'Huez y no ganó ningún favorito. Y hoy ha sucedido lo mismo. Chris Froome pareció desfallecer y aún así reforzó su liderato. Joaquim Rodríguez llega tarde, y Nairo Quintana parece que muy pronto. Y no hemos dejado de maldecir aquella rueda rota y aquel abanico que nos robó cierta emoción en estas etapas alpinas. Aún así, el ciclismo siempre guarda un hueco para el deleite deportivo. Ayer se disfrutó con la desesperada resistencia de Tejay Van Garderen y con la épica ambición de Christophe Riblon, y hoy han vuelto a ser corredores que no aparecen entre los primeros los que han demostrado que por alguna razón son tres los corredores que suben al pódium pero muchos más los que forman el pelotón. 
Aún queda subir a Le Semnoz para buscar a Camille. La etapa será corta y los que entienden anuncian que el ganador puede estar entre los que luchan por desbancar al británico impasible. Jamás había visto a un tío correr como él. Y no me refiero a que batiera el récord de subida al Mont Ventoux, si no a ese pedaleo encabritado, como si fuera un niño enfurruñado que agacha la cabeza y se pone a patalear de tal manera que su bicicleta vuela con un extrarrestre en el cestaño. Es lo que Roger Grimau al tiro en suspensión o lo que Chuck Hayes al tiro libre, pero a él, encima, le funciona mejor que a estos otros dos jugadores de baloncesto. Parece un ejercicio de ficción imaginarse que mañana alguien le pueda arrebatar el primer puesto. Alberto Contador no tiene las piernas que tenía antes. Roman Kreuziger ya llega habiendo dado todo lo que tenía y Nairo Quintana parece que necesita un último hervor. A sus 28 años, el británico de origen sudafricano se va a alzar con su primer Tour de Francia y puede que no sea el último. No será el primero para su equipo, al que se le ha critado infinitamente la capacidad de estrategia y la táctica en carrera, pero aún así, debería agradecerle a gente como Richie Porte, Ian Stannard o Peter Kennaugh la labor de zapa que han hecho para él. 
Por lo demás, el Tour nos dejará otras imágenes, muchas ya se repiten pero por repetidas no dejan de otorgarle a este deporte la trascendencia que a veces le quitan otras noticias. La crisis económica, el eterno dopaje y la contabilidad esforzada que parecen llevar algunos ciclistas no resta para que las bicicletas sigan llamando la atención de todos esos aficionados que se arriman a la cuneta. Los mismos que aplauden a Pierre Rolland cuando se abandona a su suerte después de perseguir un objetivo que le rehuía con demasiada velocidad, o a un Svein Tuft que ha recuperado su posición al borde de la clasificación. No empezó como farolillo esta jornada, aunque venía siéndolo, pero el canadiense ha llegado hoy a más de treinta cinco minutos en el pelotón de los velocistas. Y su esfuerzo era aún más entrañable, porque el ocho veces campeón de contrarreloj de su país, se ha caído en un descenso, por si no tenía suficiente con tener que volver luego a ascender sano.Tuft, por cierto, debutaba este año en el Tour a pesar de contar ya con 36 años y una larga carrera deportiva.
Quedan dos etapas, una de día y cuesta arriba, la otra plana y a oscuras. París verá el final del Tour de Francia del centenario que no de la temporada. Aún nos quedará para disfrutar con la Klasika, la Vuelta, el Campeonato del Mundo y mucho más en una temporada que, eso sí, puede que vea morir, quizás de tanto crecer, a uno de los proyectos deportivos más lóngevos de este deporte. Una lástima. 

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