martes, 4 de noviembre de 2014

Jurgen Klopp



El otro día salía Klopp en la televisión. Una señora que parecía vestir un delantal y sostener en las manos el libro de recetas con el que se proponía cocinar un pastel de boniato, estaba, en realidad, leyéndole un texto en el que demostraba su admiración y apoyo al entrenador de Sttutgart y se arrogaba el papel de representante de los borussen. 
Siempre me ha caído bien Klopp, y no me preguntes por qué. 
No es por el anuncio del Opel Insignia. 
Quizás sea porque desde la distancia todo se ve más fácil y sencillo, pero siempre me ha caído bien. 
Si dijera que lo conozco de cuando jugaba de delantero reconvertido a lateral en el Mainz 05 mentiría. Si me limitara a decir que sí que lo recuerdo en el Mainz 05, pero ya como entrenador, también estaría mintiendo. Como la mayoría de aficionados europeos que no siguen con tanta atención la Bundesliga, yo conocí a Klopp con el Borussia Dortmund de hace un par de temporadas, el que se presentó en Wembley para jugar la final de la Liga de Campeones. Para entonces, Klopp llevaba ya cuatro o cinco temporadas en el equipo de Dortmund. Llegó en 2008, cuando el equipo intentaba recuperar el aliento después de sufrir una crisis económica que puso en riesgo la propia viabilidad del club. Días antes de jugar y perder la Liga de Campeones en 2013, Klopp entraba en la rueda de prensa y soltaba una de sus maravillosas frases que siempre acompaña con una rotunda sonrisa: "Hace ocho años, esta sala no estaba llena de periodistas, sino de acreedores." 
Llegó después de terminarse su ciclo en el Mainz 05, equipo en el que, entre que jugaba y entrenaba, había sido su casa casi durante veinte años. Leí en una entrevista que confesaba haber llorado como un niño cuando se cerró su periplo por el club de Maguncia e, incluso, se prometió no volver a implicarse emocionalmente con su próximo equipo. Por supuesto, no lo ha logrado. Ya lleva siete temporadas dirigiendo a los amarillos. Decía que se llevó un disgusto cuando Mario Götze decidió irse, y supongo que le pasaría lo mismo con Robert Lewandowski, pero él no se fue. Quizás se vaya Marco Reus o Mats Hummels, o él mismo, pero ya lleva años demostrando el sentimiento que le produce un equipo que él mismo relaciona con la humildad de una ciudad y una afición obrera (y multitudinaria como ninguna) y con un fútbol que él mismo se encargó de comenzar, vistoso y atrevido. Con jugadores que eran desconocidos cuando él llegó, como los ya mencionados, los polacos Jakub Blaszczykowski y Lukasz Piszczek o Ilkay Gündogan, recuperó la fortaleza y la relevancia que tenía un club como éste, donde Ottmar Hitzfield alcanzó el éxito acompañado de los Matthias Sammer, Stefan Reuter, Jürgen Kohler, Andreas Möller, Karl Heinz Riedle, Stephane Chapuisat o Lars Ricken (ahora dirige la cantera del club) en la segunda parte de los años noventa. 
Desde que en 2008 substituyó a Thomas Doll como entrenador, el alemán ha conseguido que los schwarzgelben ganen dos ligas, 1 Copa y 3 Supercopas, además del subcampeonato de la Liga de Campeones del que ya hemos hablado. No es de extrañar que la afición le respete y aún confíe en su recuperación después de un mal comienzo de liga. Algunos hablan de fin de ciclo ya, y algunos, digo, van al Westfalenstadion cada quince días, pero quizás la victoria de este fin de semana ante Sainkt Pauli en Liga y la que acaban de conseguir hoy mismo ante el Galatasaray en la Liga de Campeones empiecen a alimentar, de nuevo, las esperanzas de unos seguidores que han visto, impertérritos, como el equipo recuperaba su posición de hegemonía en el fútbol alemán y, aún así, algunos de sus mejores hombres decidían partir y aceptar las ofertas de otros. No Klopp, él se quedó. 
Y a mí me cae bien. 
No sé por qué. 
Quizás porque es gracioso: "Si hubiera visto al Barça con cuatro años, me hubiera dedicado al tenis" (¿hubiera, habría? No voy a hablar de gramática, tú eliges, hay distintas versiones, esta es la del diario Marca a fecha del 04/11/13)
Quizás porque se arrepiente: "He hecho el ridículo, fue una estupidez. No quería volverlo a hacer pero lo he vuelto a hacer" (tras el altercado con el cuarto árbitro en partido de Champions contra el Nápoles).
Quizás porque se acerca al fútbol con la misma pasión con la que lo hago yo: "Cuando era jugador, había 800 aficionados en las tardes lluviosas de los sábados, y si uno de nosotros moría, nadie iría al funeral. Pero amábamos al club; y siento lo mismo por el Dortmund, un club de trabajadores."
Quizás porque su mujer, Ulla Klopp, es escritora: junto con Dietmar Brück ha conseguido el éxito editorial con el personaje de Tom, un joven futbolista que incluso viaja hasta África por su pasión por el fútbol. 
O quizás, simplemente, es por el fútbol.
No lo sé. 
Pero me cae bien. 
Y aún no he visto jugar al Borussia Dortmund este año, y no sé si lo haré. No sé cómo juega Adrián Ramos, si se ha adaptado Ciro Immobile o si Nuri Sahin apunta a recuperar su importancia. No lo sé. Sé que siguen los Sven Bender, Marco Reus, Kevin Grosskreutz, Roman Weidenfeller, Neven Subotic, Marcel Schmelzer o todos los que ya he mencionado antes. Ellos soñaron con llevarse la orejona hasta que Arjen Robben terminó con sus ilusiones y ellos parecen insistir en que la época de Klopp en el Dortmund no ha terminado. 
Ya lo veremos. 
Yo, mientras tanto, seguiré investigando, a ver si averiguo por qué el de Sttutgart me cae bien. 

No hay comentarios: