domingo, 8 de marzo de 2015

Xabier Etxeita



El plan era haber escrito esto el miércoles pasado, pero, aunque nos encante que los planes salgan bien, estos están, últimamente, para incumplirlos, como las leyes. Hasta las de Murphy se incumplen, de vez en cuando.
No sé si es una ley o una máxima, o simplemente sabiduría de andar por casa, pero, en el fútbol, algo que se aprende con el tiempo es que la alegría va por turnos. Algunos se cuelan, y a otros se nos hace la cola muy larga, pero todos nos pasamos nuestros años de forofo esperando que nos toque el turno.
Yo creo que ya lo he dicho por activa y por pasiva, así que, probablemente, esté de más volver a decirlo, pero lo digo: soy socio y aficionado del Barakaldo CF y aficionado pero no socio del Athletic Club de Bilbao. Y así lo recuerdo desde que tengo uso de razón. A algunos, este amor compartido les parece inmoral, a mí me trae lo mismo por el camino de la amargura como por el del placer más pasional. Compartir es amar, decían en misa pero también lo firman los que no creen en dios, y, yo, hasta ahora, he sabido compartirlo sin conflicto.
El miércoles bajé al bar con el corazón bastante calmado. Tenía la sensación de que estaba preparado para el fracaso y creía que esa sensación no era un argumento defensivo para utilizarlo a posterior. En la intimidad, estaba convencido de que el partido de vuelta de la eliminatoria de semifinales de la Copa del Rey entre el RCD Espanyol y el Athletic Club (que es de lo que hablamos) iba a convertirse en un capítulo más de esa memoria trágica que, a menudo, proporciona lecciones que ayudan más a crecer que los éxitos.
El gol de Aritz Aduriz a los pocos minutos me infundió ánimos, pero de esos ánimos en los que no confías. El de Xabier Etxeita, al filo del descanso, bien acompañado por la cerveza y la compañía, me obligó a olvidar que tenía el corazón más en calma que la marea alta de la ría. Toda la segunda parte fue un descubrimiento del sosiego que acompaña a la alegría inesperada. 
El fútbol es así, lo he dicho antes: esperas tu turno y te llega. Tan pronto como te acostumbras, se acaba y le toca a otro. 
La retrasmisión del partido no solo divulgaba fútbol. Hablaba también de eso que lo convierte en deporte, espectáculo y acontecimiento social: la alegría de una afición y la tristeza de otra. Las gradas se hacían escenario y sobre ellas, como siempre, se representaba la tragedia y la comedia de las emociones humanas. Entre los pocos que aguántabamos en el bar, con algo de mofa quizás, nos cabreábamos con una de las nuestras porque decía que sentía pena por el portero del Espanyol, un Pau López al que, esa misma mañana, le había leído una entrevista en algún sitio y me pareció un tío cabal y bien educado. Nuestra amiga decía que tenía cara de niño y que le daba pena su disgusto. Cuando el reloj corría ya hacia el final del tiempo reglamentario, nos permitimos sentir ese tipo de enternecimiento. No es tan extraño que la alegría por la victoria y por una nueva clasificación para una final no impidiera cierta solidaridad con aquellos rivales apocados y decepcionados. 
Todos hemos estado ahí antes: un partido clave con todo el estadio engalanado, vídeos de espíritu comprometido de avanzadilla,la ilusión compartida que convierte a la masa en un símbolo complejo y conmovedor. Todo estaba listo para la fiesta de la afición del RCD Espanyol y nos tocó a nosotros que la nuestra fastidiara la suya. No es solo compasión, clemencia, lo que quieras. Es más bien compenetración. Es memoria y es también presentimiento. Antes has estado tú ahí y sabes que más tarde o más temprano volverás a estarlo.
Ahora que ya ha pasado una semana y que las cosas, probablemente, se vean con más calma, creo que es el momento de mirarlo con perspectiva. Un poco de contexto: tengo 38 años, así que cuando el Athletic Club ganó su último título, apenas contaba con siete de bagaje. La memoria es caprichosa pero, como muchos de mis compañeros y compañeras de generación, mezclo los recuerdos de aquellos títulos con lo que he visto después en la hemeroteca. Pasaron 25 años hasta que pudimos vivir algo parecido, y 25 son muchos años, para lo bueno y para lo malo. Suficientes para que lo que vives ahora lo entiendas con un reposo más sereno.    
Fue en la temporada 1983-1984 cuando el Athletic consiguió su última Copa del Rey y, por lo tanto, su último título. Pasaron 25 años hasta que se volvió a jugar otra. Desde Clemente a Caparrós pasaron cinco lustros. Desde aquella final que encumbró a Endika Guarrotxena hasta aquella temporada de 2009 en la que a José María del Nido se le atragantó el rabo de león en semifinales,  se fueron veinticinco años y siete más han pasado ya desde que recuperamos las sensaciones que otorga jugar una final, las ganes o las pierdas después.
Siete años en los que, contando esa final, y contando también la que aún no se ha jugado pero se ha ganado el derecho a disputarla, el equipo ha jugado cinco rondas finales en tres competiciones distintas. Cinco finales en siete años. Pasaron 25 desde la primera hasta la anterior ocasión. ¿Significa algo?
En los últimos siete años, desde la temporada 2008-2009 hasta ésta, y aunque aún falten un par de meses para jugar la última, el Athletic ha disputado cinco finales: tres Copas del Rey, una Supercopa de España y una Liga de Europa. A esos éxitos se le podría sumar la clasificación para disputar la Champions League que se consiguió el año pasado. Ante la brilliantez de su primera temporada en el cargo, podía parecer que esta época de éxitos le pertenecía al entrenador argentino Marcelo Bielsa, pero lo cierto es que estas cinco finales se han disputado con tres entrenadores distintos, Ernesto Valverde, Marcelo Bielsa y Joaquín Caparrós. Desde aquel lejano ya 2009, solo ocho jugadores permanecen en la plantilla, ahora ya absolutos veteranos: Gorka Iraizoz, Andoni Iraola, Markel Susaeta, Mikel Balenziaga, Carlos Gurpegui, Gaizka Toquero, Xabier Etxeita y Ander Iturraspe, y Mikel Balenziaga y Xabier Etxeita tuvieron que marcharse para volver después. Por lo tanto, las cinco finales han tenido muchos protagonistas.Si esos cinco éxitos en siete años han sido disfrutados por tres entrenadores y tantos jugadores adistintos, ¿a qué constante se le debe el éxito?
Sergio González ganó dos como jugador. Una con el Deportivo de La Coruña y otra con el RCD Espanyol al que ahora entrena. Todo parecía dispuesto para que repitiera final en su debú como entrenador, pero no pudo ser. Les tocará la alegría otro día. A nosotros (los que comparten conmigo aficionariado, quiero decir) puede que nos toque en Mayo, a finales, o antes, o después, pero nos tocará, porque a todos nos llega más tarde que pronto el turno y, así como vino, se nos va.
Ahora, igual de cierto es que el tiempo pasa con más profundidad y, si te pones a mirar a lo lejos y aceptas el ángulo, entonces te das cuenta de lo maravilloso que están siendo estos tiempos, pase lo que pase: cinco finales en siete años. Raro. Extraordinario. Lo utilizo por segunda vez: maravilloso.
¿Por qué? ¿Cuál es la constante que se repite en estos siete años de varios entrenadores y más juagdores? ¿Cuál es la razón que explique que lo que nos costó conseguir 25 años se haya repetido cinco veces en siete? Preguntas tan interesantes que habría que premiar las respuestas con gamusinos y que, por supuesto, dejaremos para otro día.
El titular, y no sé si ya lo había utilizado antes, para el vizcaíno Xabier Etxeita porque él también es titular y lo es después de haber tenido que esperar turno tanto tiempo que quedaba bien seleccionado para simbolizar esa idea. Su cabezazo aseguró la clasificación y parece que, últimamente, visto lo de este mismo sábado que no comentó aquí, parece que las explicaciones tienen que ver con la cabeza y solo con la cabeza. 

1 comentario:

achasa dijo...

5 finales son muchas finales. Estamos tan mal acostumbrados que nos parece irreal e imposible. Pues no, es posible. Ahora esperemos que esta vez sea la buena y se levante la Copa!!!!!