domingo, 5 de abril de 2015

Justise Winslow



Pasado mañana en el Lucas Oil Stadium de Indianapolis, ante más de 70.000 personas (los afortunados que tengan un hueco en el estadio, difícil imaginar los números que recogerán cuánta gente ve el partido por la tele, lo sigue por internet o lo escucha en la radio), los Blue Devils de Mike Krzyzewski y los Badgers de Bo Ryan se disputarán la 77ª edición de la fase final por el título de campeón nacional universitario de baloncesto. 
Ayer se jugaron las semifinales y se dio la gran sorpresa que, probablemente, solo esperaran en Madison, Wisconsin y alrededores. Los tejones de Ryan completaron su estupenda temporada y dejaron en la cuneta a una Kentucky que había llegado a las semifinales con un currículo inmaculado e igualando el récord de victorias en una sola temporada (o supera, la verdad, ya no lo recuerdo). Su 38-0 se convirtió en un 38-1 para desgracia de unos jugadores que no veían más maneras de cerrar la temporada que redondeándola con una victoria final. La desesperación de los hombres de John Calipari (al que se le agrariaría la alegría de saberse ganador del premio James Naysmith al mejor entrenador del año) se reflejaba en las declaraciones de un Tyler Ulis que venía a decir que todo lo anterior se quedaba en nada habiendo perdido este partido. Ciertamente, los Wildcats eran los grandes favoritos y todo el mundo confiaba en una plantilla llena de argumentos y recursos, pero Wisconsin supo jugar sus bazas y llevarse una victoria que no debería quitarle mérito a una generación de grandes jugadores que se ha reunido en Lexington, Kentucky. Probablemente, Karl-Anthony Tows entre en el draft este verano, y otros compañeros le seguirán, pero Calipari seguro que se las arregla para volver a tener un equipo fuerte la próxima temporada. 
Tows fue, precisamente, el mejor hombre de los Wildcats en las semifinales, consiguiendo 16 puntos y 9 rebotes. Los hermanos Aaron y Andrew Harrison también consiguieron doble dígitos y, en general, el equipo estuvo bien en el tiro, superando en porcentaje a los Badgers. Nada fue suficiente para detener a un Frank Kaminsky que se marchó hasta los 20 puntos y 11 rebotes, bien resguardado por Sam Dekker, con 16 puntos y Nigel Hayes y Bronson Koenig con 12 cada uno. Si bien Kaminsky hizo los mejores números y lideró al equipo con su tiro exterior y sus entradas a canasta, fue Sam Dekker quien resultó providencial con un triple cuando el partido estaba más apretado y sacándole una falta en ataque a Trey Lyles. Ni Dekker ni Kaminsky rehuyen el contacto y con su porfía y motivación son una de las razones por las que este equipo engancha y ha llegado tan lejos. La animación en una cancha que superó los 72.000 espectadores puso todo lo demás para convertir a este partido en uno de esos clásicos que se recordarán con el tiempo. 
Es la primera final para un Bo Ryan que lleva catorce temporadas consecutivas en el equipo y siempre ha conseguido que los Badgers lleguen a la locura de marzo. Eso sí, nunca han jugado una final que solo ganaron hace ya más de setenta años. El año pasado alcanzaron la final four y hacerlo dos años seguidos da la medida de lo que supone esta generación en el programa deportivo de la universidad pública. En 2014, Calipari sí detuvo a Ryan y los Wildcats ganaron por un apretado 74 a 73, aunque luego perderían la final ante los Huskies de Conneticut que lideraba Shabazz Napier. En los Badgers de hace un año, solo había un jugador que no esté ahora, un Ben Brust que abre ahora su carrera profesional en Lituania. El resto estuvo en Arlington y estarán ahora en Indianapolis, con lo que demuestra que los Josh Gasser, Bronson Koenig, Vitto Brown, Nigel Hayes, Frank Kaminsky, Sam Dekker, Traevon Jackson o Duje Dukan forman un equipo histórico y no solo para los anales de su universidad. 
Por el otro lado, los pronósticos estaban más abiertos pero Duke pasó por encima de los Spartans de Michigan State y Coach K sigue batiendo todos los récords o acercándose a ellos. Este año se convirtió en el primer entrenador en superar las mil victorias y acaba de igualar el récord de presencias en una final four. Hasta ahora, el histórico John Wooden mantenía el récord con doce apariciones entre los cuatro primeros y Mike Krzyzewski acaba de empatarlo. Difícil que iguale lo que sí consiguió Wooden, que fue ganar diez de esas doce, pero si gana pasado mañana, ya tendrá la mitad. Y ha conseguido ganarse la oportunidad tras derrotar en semifinales al equipo de su amigo Tom Izzo. Además, con autoridad. Travis Trice y Denzel Valentine intentaron mantener con vida a los Spartans pero no pudieron ante la solidez de Duke, un equipo que juega habiéndose aprendido de memoria el mantra de eficiencia y robustez que repite su entrenador. Y eso que los tres grandes valedores del equipo vivían la NCAA por primera vez. Ante los Spartans, Tyus Jones estuvo más apocado, pero los otros dos freshman de Krzyzewski, Justise Winslow y Jahlil Okafor fueron los mejores, de nuevo, acompañados, esta vez, por el senior Quinn Cook. Okafor, dicen que futuro número uno del draft, se fue hasta los 18 puntos y 6 rebotes, mientras que el sorprendente Justise Winslow hizo 19 y 9. 

A Winslow le hemos dado el titular de la entrada porque a aquellos que nos gusta el baloncesto europeo nos suena el apellido, ¿verdad? Muchos hasta os lo habréis preguntado y la respuesta es sí. Justise Winslow es hijo de Rickie Winslow. A sus 19 años, el alero de Houston ya ha igualado la experiencia universitaria de su padre. El progenitor alcanzó la final de la NCAA en la temporada 83-84 con aquellos Cougars de Houston donde se reunían, entre otros, Hakeem Olajuwon o Greg "Cadillac" Anderson. Perdieron ante la Georgetown de Patrick Ewing, Reggie Williams y David Wingate. Ahora, el hijo puede superarle. Rickie Winslow cubrió sus mejores años por España, jugando en Cajacanarias, Estudiantes y Amway Zaragoza, y redondeando su carrera con experiencias en Turquía, Francia e Italia. Campeón de Copa y semifinalista de la Liga Europea con el Estudiantes, ganó un concurso de mates en la ACB y acabó por convertirse en uno de esos nombres que definen el baloncesto de los años noventa en España. Justise Winslow habrá aprendido mucho de su padre, y si consigue combinarlo con lo que le enseñe Coach K, conseguirá una larga y próspera carrera como profesional.

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