miércoles, 14 de febrero de 2018

Galder Reguera



He decidido que, si iba a hacerlo (una condicional justo antes de una demostración de fuerza y afirmación no es algo muy halagüeño, ¿verdad?), debía hacerlo ya. 

He leído el libro en dos plazos. 

Me lo compré en Navidades. Como una especie de auto regalo descuidado. Pasas por allí, lo ves, lo coges, y te animas. Empecé a leerlo a los pocos días, sin prisa, pero con continuidad. Eso es algo que no me sucede últimamente. Y últimamente tiene tantos años de significado como letras el adverbio. Hace mucho que no leo con soltura. Sigo comprando libros, y los apilo. Antes podía acercarte a las baldas de casa (cada vez hay menos, porque otras preferencias han requerido el espacio, pero siempre habrá baldas) y hablarte de libros que leía. Hoy casi es más fácil acercarse y que te cuente algo de los que he comprado y pretendo (pretendía) leer. Antes no tenía el trabajo que tengo ahora. Antes leer y escribir no eran funciones, tareas o simplemente actividades que ocuparan ese tiempo medido que le dedicamos a la obligación.

Este empecé a leerlo como antes leía los libros. Cuando era más joven y vivía más tiempo solo, aunque estuviera acompañado, los libros eran mi compañía, la íntima, aunque estuviera acompañado por otras cosas, por personas. Hacía piras a clase y me bajaba al borde de la ría a leer. Salía de casa los viernes a media tarde y me escondía junto a los depósitos de agua, para poder fumar, pero, de paso, leer. Me encerraba en mi cuarto, leía o escribía. Los domingos me montaba en el tren de cercanías y paseaba durante horas, indeciso, por los puestos de libros de segunda mano en la Plaza Nueva. Al volver, en el tren, ya empezaba y casi llegaba a casa con alguno leído. Con el tiempo fui abandonando los libros para abrazar la experiencia directa. 

Este empecé a leerlo como leía entonces. Y lo que es mejor: sin expectativas. No me gustaba el título, sí la portada. Por lo general, los libros que he leído de fútbol me han aburrido. No todos, pero muchos. No tenía muchas esperanzas. Ni tan siquiera sé por qué lo compré. Probablemente, porque me dije: si compras una novela, nunca la lees. Si compras poesía, la lees como si estuvieras escuchando en shuffle. Si compras ensayo, ni lo abres. No sabía muy bien de qué iba este, pero si era de fútbol, resultaría más llevadero. Para leer en el metro. Cuando te encierras en el baño. Si se jode internet y no funciona Netflix. Ya me entiendes.

Así empecé a leerlo, pero también lo dejé, lo abandoné, me olvidé de él cuando iba por la mitad. Porque podemos tirarnos horas dando consejos, leyendo cómo nos los dan, aspirando a oler las nubes, lo que tú quieras, pero, al final, los que no sabemos cómo hacerlo mejor, acabamos superados por la rutina. Así que tuve que dejarlo aparcado ahí, junto al teléfono fijo, que tampoco se usa, y volver a otras lecturas más rutinarias y obligatorias.

Sin embargo, hace un par de días pasé por Lezama. Mi mejor amigo curra allí, en las instalaciones más que en el pueblo. Era miércoles por la tarde y no había entrenamiento del primer equipo. Estaba todo quieto y en silencio. La lluvia ligera parecía una cortina, un telón de fondo. Estuvimos un rato charlando debajo de la cornisa de la cafetería. Hasta que la abrieron y entramos dentro a tomar un café. Vi a Blas Ziarreta pasear tranquilo con el paraguas abierto. No sé si antes o después le hablé a mi amigo del libro y entonces me acordé de él.

He terminado de leerlo hace diez minutos. En un tirón de un par de días, sin que me importara lo que dejaba aparcado para seguir adelante con éste, como leía entonces y como aún, y este me ha servido de prueba, soy capaz de seguir leyendo ahora. Según he terminado, he sabido que, como decía al principio, si iba a escribir de ello, tenía que hacerlo ya. Así que ya lo estamos haciendo.

El libro en cuestión, que quizás es lo primero que deberíamos haber dicho pero aquí nos gustan los rodeos, es Hijos del fútbol, escrito por Galder Reguera y publicado por Lince en 2017. Unas 200 páginas, incluyendo el prólogo de Ignacio Martínez de Pisón, que intentan dilucidar la ecuación del título: ¿de qué va el libro? ¿De fútbol o de paternidad? Creo que hay un momento, casi al final, en el que Galder Reguera da la clave, y espero que se me permita citar: "No hay mucha diferencia entre el fútbol y la vida. Parece una frase barata de manual de fútbol, pero es así. Al menos, en mi caso. Lo que me sucedía (y cuando juego me sigue sucediendo) sobre el campo me pasa también fuera de él. En el fondo, todo me da miedo y en general no tengo ni idea de qué hacer." En este extracto, que luego desarrolla y relaciona con la paternidad, Reguera descubre el hilo que une las distintas historias de su libro y resume la esencia principal de todas ellas. Es un libro sobre relaciones, más que sobre fútbol: las relaciones padre-hijo, principalmente, pero desde diferentes ángulos o con distintas direcciones; las relaciones abuelo-nieto; aficionado-equipo; profesional-amateur; niño-adulto; escritor-personaje; filósofo-fanático; ego-yo. No es un libro de muchos personajes. Incluso los que parecen importantes, se hunden, se pierden. Yo los reduciría a dos, aunque, incluso, pensé en reducirlo a uno. La primera frase del libro es "Oihan, mi hijo mayor, pronto cumplirá cinco años". El libro se cierra con una conversación susurrada entre el padre y el hijo. Creo que, en realidad, la parte en la que el texto alcanza el desarrollo que quizás algunos personajes no tengan es en el tema: mezclar fútbol con la vida digamos normal. Las reflexiones personales del escritor, en torno a sus relaciones personales y profesionales, con la que construye una visión del mundo tan personal como extrapolable es quizás lo más enriquecedor de un texto que, por otra parte, una parte más técnica, se describe por su facilidad de lectura, a pesar de la profundidad de alguna de esas reflexiones, maduradas y acompañadas de citas, que, eso sí, combina con anécdotas, experiencias partículares y un espíritu biográfico que no desdeña el humor, sobre todo, ese incisivo que recae sobre uno mismo. Además, y sobre todo, a riesgo de parecer inocente y crédulo, diré que el libro desprende, al menos así lo he leído yo, sinceridad a la hora de traslucir los fallos y los vicios más que las virtudes y los aciertos, e inmediatez cuando juega con el filtro de la perspectiva al pasarlo todo a texto escrito.

En el debe, que hay que ponerle alguno, probablemente le pondría cierta falta de concordancia general. El texto discurre sin que sepamos de dónde venimos y a dónde vamos. Puede que forme parte de la naturaleza de un escritor que dice que aún no sabe atarse bien los zapatos, pero, en ocasiones, la falta de pausas, llámalo secciones, o de un hilo conductor más evidente y sólido, parece ir en contra de la eficiencia del texto. No es que yo sea un lector cómodo que quiere que se lo den todo trillado, o quizás sí y pretendo no serlo, pero creo que el uso de secciones, capítulos o saltos de página, por ejemplo, hubiera ayudado a estructurar ciertas historias o pasajes del libro, proporcionándole a la narración una redondez que habría ido en beneficio de lo que se cuenta.

En lo más general, podría añadir que, si quieres profundizar en el poso intelectual y literario que acompaña al fútbol, aquí lo encontrarás. Están mencionados todos, o casi todos, desde Eduardo Galeano a Juan Villoro. Puedes superar la misma indecisión intelectual que el autor parece confesar y convencerte de que no todo es lo que parece y que los extremos solo sirven para agudizar lo que hay en el medio. Ese es en parte el espíritu con el que se ha escrito este libro, abierto a abrazar la paradoja y lo contradictorio, incapaz de aceptar las cosas por herencia o estandardización. Además, encontrarás buenas anécdotas, como la de Ardiles y el número de su camiseta, por ejemplo, que podrás usar después en conversaciones de bar. Tú deberás ponerle tu propia moraleja, si quieres. Personalmente, he disfrutado aún más las reflexiones y opiniones de Reguera sobre el mundo del fútbol moderno, sobre lo que él llama el "fútbol humanista", sobre las profundidades de la condición de aficionado, el sesgo emocional que alguno aún subrayamos, su función social o cultural, y/o la educación o formación que este juego puede y debe proponer. Lo he disfrutado, sobre todo, porque Reguera las propone como preguntas, como meditaciones, más en base a la duda y la búsqueda de la respuesta que como afirmaciones contundentes que solo busquen iluminar y ponderar. Sus ideas, al menos a mí me ha ocurrido así, te llevarán a más preguntas y te ayudarán a ver que sí, el fútbol no difiere mucho de la vida, y, como ocurre con esta, en gran medida, es solo nuestra culpa que la/lo estemos arruinando.

A mi amigo le prometí que le prestaría el libro, pero antes, tengo que pasar las notas que he ido amontonando. Es uno de esos libros. De esos de los que provocan miedo en las cosas rasgables que tienes alrededor. Porque estás leyendo y, de repente, quieres seguir, pero quieres recordarte que, en algún momento, tendrás que volver a la página que quieres pasar, y miras a tu alrededor, y arrancas de donde puedas arrancar: kleenex, servilletas, post-its perdidos, la lista de la compra que aún llevas en el bolsillo, el resguardo de cuando repostaste en la gasolinera, la estampita de la virgen, lo que sea. Es, también, uno de esos libros de los que hablaba Holden Caulfield: de los que te dan ganas de coger el teléfono, llamar al autor e irte a echar unas cervezas para hablar del suyo y de muchos otros. Probablemente, hubiera sido capaz de hacer una crítica más fundamentada y seria si, precisamente, hubiera hecho eso antes: ir de vuelta a las notas y pasar de nuevo por las páginas. Pero he leído este libro como leía antes y también quería escribir como escribía antes: sin vértigo, sin puntos cardinales. Sin pausas. Sin los filtros que te da la conciencia, la consciencia y haber dejado de leer y de escribir como leía y escribía antes. Ahora, lo único que me queda es volver a jugar al fútbol igual de mal pero felizmente como lo hacía antes. Y hacerlo con mi hija, sin que me importe una mierda si me he atado bien o mal los borceguíes. 


jueves, 8 de febrero de 2018

Hank Biasatti



Esta entrada nace de la lectura de un artículo de prensa (para mí, digital) que se publicó hace unos días bajo el título de "Canadá también existe (y vaya que sí)". El artículo está firmado por Ángel Resa. En su escrito, Resa escribe sobre la candidatura de los Toronto Raptors para luchar por el triunfo en la conferencia Este, más aún después de la rotunda victoria por 111-91 ante los Celtics que era, en realidad, la que daba pie a el artículo.

Resa repasa el protagonismo regular de los canadienses en su conferencia, pero siempre "desde un segundo peldaño", como dice él. Como explica el autor hay causas externas, lo que el llama "culpas ajenas", que sería el mal rendimiento de otros equipos que estaban llamados a dominar (Cleveland Cavaliers, por ejemplo) pero también propias, por supuesto.

Resa destaca, sobre todo, al entrenador Dwayne Casey, ya en su séptima temporada, y el rendimiento exterior de dos hombres fundamentales, DeMar DeRozan y Kyle Lowry. Pero también incluye entre los argumentos favorables cómo han "estirado la plantilla" y destaca, en el juego interior, el rol de Jakob Poeltl y Pascal Siakam como reservas de Serge Ibaka y Jonas Valanciunas. Termina destacando la aportación en la rotación de jugadores como Fred VanVleet, CJ Miles y Delon Wright. Y concluye:

"El cuadro de Casey es serio, riguroso y activo, tiene fe y hambre, quiere hollar las tierras elevadas que viene husmeando los últimos años sin alcanzar a pisarlas. De tercera opción del Este a pelear el título de la conferencia y empeñarse en representarla para la disputa del anillo."

Resa también incide en los buenos resultados domésticos y en la afición, una afición reconocida por su compromiso que se agrupan bajo la leyenda de "We the North". Ontario se ha quedado sola como representante de Canadá después del ya lejano traslado de Vancouver Grizzlies a Memphis. No incluye este dato, pero lo pongo yo, según el ránking de asistencia a los pabellones que hace (o al menos publica) la ESPN, pinchad aquí si lo queréis ver (ranking) , los Raptors son el cuarto mejor equipo de los treinta que componen la NBA en asistencia: con una media de 19.823 asistentes por partido en casa, solo superados por Sixers, Cavaliers y Bulls. Lo de los Bulls tiene mérito esta temporada (20.633 de media).

De todas formas, en esta entrada queríamos ir más lejos, más lejos de lo que va Resa aunque su titular pareciera que nos iba a llevar hasta allí. Aunque sea superficialmente, como siempre, en esta entrada aspiramos a observar la relevancia de Canadá, como país, en la NBA. Nos circunscribiremos, después de un breve análisis de los Raptors (e igual hasta de los Vancouver Grizzlies) al estudio numérico y parcialmente cualitativo de los jugadores canadienses participantes en la NBA, los que históricamente lo han hecho y los que aún lo hacen, así como su repercusión en el draft, moviéndonos solo en la franja de los últimos cinco años.

Empezemos por el único equipo canadiense que sobrevive en la liga profesional de baloncesto norteamericana. Según la web oficial de Toronto Raptors, la plantilla la conforman los siguientes jugadores: OG Anunoby, Lorenzo Brown, Bruno Caboclo, DeMar DeRozan, Serge Ibaka, Kyle Lowry, Alfonzo McKinnie, CJ Miles, Malcolm Miller, Lucas Nogueira, Jakob Poeltl, Norman Powell, Pascal Siakam, Jonas Valanciunas, Fred VanVleet y Delon Wright. Delon Wright, Fred VanVleet, Norman Powell, Malcolm Miller, CJ Miles, Kyle Lowry, Alfonzo McKinnie, DeMar DeRozan y Lorenzo Brown son norteamericanos. Pascal Siakam (Camerún), Jonas Valanciunas (Lituania), Jakob Poeltl (Austria), Serge Ibaka (España), Lucas Nogueira (Brasil), Bruno Caboclo (Brasil) y OG Anunoby (Inglaterra) son jugadores internacionales. El porcentaje es muy alto: el 43,75% de la plantilla son jugadores nacidos o con pasaporte que no es norteamericano. O no solo lo es. Si tenemos en cuenta el rendimiento, entre los diez jugadores más utilizados en lo que va de temporada, tendríamos que incluir a Ibaka, Valanciunas, Anunoby, Poeltl y Siakam, es decir, exactamente el 50%. No tienen ningún jugador canadiense. 

La única aportación autóctona la encontramos en el cuerpo técnico. Dwayne Casey, el entrenador principal, es norteamericano, y le ayudan compatriotas como Jerry Stackhouse, Rex Kalamian o Nick Nurse. Dentro del equipo de trabajo también está el escocés Alex McKechnie. Sin embargo, este equipo es más amplio y, en el mismo, nos encontramos a canadienses como Jama Mahlalela, de origen suazi; el ex NBA Jamaal Magloire; o a Scott MacCullough.

Precisamente Magloire, nacido en Toronto, terminó su carrera hace un lustro, más o menos, en la ciudad que le vio nacer, defendiendo los colores de los Raptors, tras pasar por Charlotte, New Orleans, Milwaukee, Portland, New Jersey, Dallas y Miami. Además de él, Anthony Bennett (2015-2016) y Cory Joseph (2015-2017), el último que lo hizo, también jugaron para los Raptors teniendo la nacionalidad de Canadá. No son muchos: tres jugadores en 23 años de historia.

Los Vancouver Grizzlies duraron menos. El equipo duró en Canadá seis años, jugaron unos 400 partidos y solo ganaron unos 100. 62 jugadores pasaron por aquel equipo mientras estuvo en Vancouver y ninguno fue canadiense. Y eso que tuvieron a jugadores internacionales en sus filas, como el venezolano Carl Herrera, el senegalés Makhtar N'Diaye, el dominicano Felipe Lopez, el beliceño Milt Palacio o el nigeriano Obinna Ekezie. Pero, como digo, canadienses, ninguno. Por cierto, echarle un vistazo a esa lista de 62 jugadores le trae al que esto escribe muchos recuerdos: Tony Massenburg, Antonio Daniels, Stromile Swift, Bobby Hurley, Bryant Reeves, Shareef Abdur-Rahim, Mike Bibby, Cherokee Parks, Byron Scott, Ashraf Amaya, Mahmoud Abdul-Rauf, Otis Thorpe, Antoine Carr, Benoit Benjamin... Algunos triunfaron, otros llegaban en la recta final, muchos tienen biografías como para hacerles un biopic en televisión. Vaya cuadrilla, y lo digo sin ánimo despectivo.

Parece, de todas formas, un bagaje muy pobre para un país como Canadá en la NBA, ¿verdad? Pero, la realidad, es otra. Que las franquicias canadienses hayan aportado tan poco a la lista de jugadores profesionales, no quiere decir que no haya jugadores provenientes de ese país. A día de hoy, de hecho, Canadá es el país que más jugadores ha aportado a la NBA, después de Estados Unidos, por supuesto. Hablamos de que los tiempos cambian, de que ahora hay más de 100 profesionales viniendo a la competición desde otros países, desde más de 40 países distintos. No sería difícil observar con estadísticas como ha cambiado la tendencia. Entre todos esos países, Canadá es el primero en el ránking. Tiene, más bien ha tenido, 38 jugadores profesionales en la NBA, aunque ocho de ellos tengan la nacionalidad pero hayan nacido fuera. El siguiente país es Serbia, con 28, que adelanta a Francia, 27, y Croacia, 22.

En la actualidad, siguen en la NBA los siguientes: Dillon Brooks, Khem Birch, Tyler Ennis, Cory Joseph, Trey Lyles, Jamal Murray, Kelly Olynyk, Dwight Powell, Nik Stauskas, Tristan Thompson y Andrew Wiggins. Muchos de ellos, están al comienzo de su carrera deportiva. Algunos, incluso apuntan alto. Todos sabemos cuáles, si te gusta el baloncesto y sigues la NBA. Por supuesto, también los hay que tienen una aportación residual en sus equipos. Por ejemplo, Khem Birch, quien llegó a los Orlando Magic desde Grecia, solo ha jugado 17 partidos, todos como suplente, aportando medias de 3.5 puntos y 3.4 rebotes por partido. Bien es cierto que Birch ha ido ganando peso en el equipo poco a poco y es ahora cuando más minutos está consguiendo. Tampoco ha jugado mucho Nik Stauskas, pero su temporada está siendo muy rara. Comenzó renqueante y ha acabado traspasado. Entre los Sixers y los Nets ha jugado 28 partidos, 6 con los primeros y 22 con los segundos. Tiene medias de 4.8 puntos y 1.7 rebotes pero creo que se puede esperar más de él cuando comience una temporada sin vaivenes. Tampoco Tyler Ennis está teniendo una temporada tan buena como la anterior en su segunda en Los Ángeles Lakers. Ha jugado 32 partidos, 11 como titular, y en sus estadísticas destacan solo sus 3.3 puntos y 1.8 asistencias por partido. También está yendo a menos en los Cleveland Cavaliers, pero desde ya hace tiempo, un Tristan Thompson que ha jugado 33 partidos en lo que va de temporada, 12 como titular. Promedia 6.2 puntos y 6.0 rebotes por partido. Mejor le está yendo al último canadiense que jugó en los Raptors, Cory Joseph, quien, en los Pacers, ha jugado 55 partidos, dos como titular, con medias de 7.8 puntos y 3.1 asistencias. También, pero este en los Dallas Mavericks, Dwight Powell se ha hecho un hueco en la rotación: 53 partidos, tres como titular, 7.1 puntos y 5.0 rebotes. Más protagonismo están teniendo nuestros cuatro últimos protagonistas. Por un lado, el rookie Dillon Brooks, quien, en su primera temporada en los Memphis Grizzlies, está sobreviviendo a la mala temporada del equipo de Marc Gasol, consiguiendo jugar (54 partidos, 46 como titular) y además aportar: 9.0 puntos y 3.1 rebotes de media. Kelly Olynyk pasó por su debut hace ya unos cuantos años, pero, en esta edición, cambiaba de equipo. En su primer año en los Miami Heat, promedia 11.0 puntos y 5.5 rebotes en 54 partidos, 21 de ellos como titular. Algunos esperaban más, pero de los que no se esperaba tanto, quizás, y están sorprendiendo gratamente, es de los dos canadienses de los Denver Nuggets, ambos en su segunda temporada en la NBA. Por un lado, Jamal Murray, quien ha jugado 53 partidos, 52 de ellos como titular, y lleva promedios de jugador importante: 16.6 puntos y 3.6 rebotes. Por el otro, Trey Lyles, que ha ido de menos a más, y ha jugado 49 partidos, 2 como titular, con promedios de 10.9 puntos y 5.3 rebotes. Nos quedaba uno, que hemos dejado para el final porque es probablemente en el que más esperanzas hay puestas para llegar a convertirse en una estrella de la NBA. Esta temporada, Andrew Wiggins ha jugado todo, 57 partidos, todos como titular, y quizás está siendo un poco irregular, pero promedia 17.9 puntos y 3.2 rebotes y su equipo es más competitivo.

No se acaba la lista con estos, por supuesto. La historia es muy larga y la historia de Canadá en la NBA, más aún. Sin ir más lejos, el primer jugador que deberíamos destacar en la historia que une a Canadá con la NBA, es precisamente al que muchos consideran oficialmente el primer jugador internacional en jugar en la NBA, aunque lo hiciera en la BAA, la predecesora de la NBA. Hablamos de Hank Biasatti, nacido en Italia pero criado y crecido en Canadá, quien, defendiendo los colores de los Toronto Huskies, sí, una franquicia canadiense, la única antes de los Vancouver Grizzlies y los Toronto Raptors, jugó la competición en 1946, antes de volver a dedicarse al béisbol. Por cierto, los Toronto Huskies tampoco irían más lejos de 1946.

Además de Biasatti, retrotrayéndonos en el tiempo, el siguiente nombre histórico es el de Bob Houbregs, el único jugador canadiense que, por ahora, está en el Basketball Hall of Fame, en el de la NBA. solo jugó cinco temporadas y lo hizo en cuatro equipos distintos durante los años 50. En los 70, fue general manager de Seattle Supersonics. Sin embargo, durante sus años en la NCAA, fue nombrado mejor jugador del año y le eligieron en el segundo puesto del draft de 1953.

También en aquellos años iniciáticos de los 40 y 50 jugaron otros canadienses como Norm Baker, Gino Sovran o Ernie Vandeweghe. En los 70, lo hizo Lars Hansen, quien también tenía la nacionalidad danesa; y, en los ochenta, nos encontramos con jugadores como Ron Crevier, Stewart Granger, Leo Rautins, Mike Smrek o Jim Zoet, algunos de los cuales, apenas tuvieron recorrido. De hecho, todos, Crevier (Pamesa Valencia), Granger (Stockholm), Rautins (Caja de Ronda, Ourense, Roma, Pau Orthez...), Smrek (Dafni, Forli, Split) y Zoet (Inglaterra, Holanda, Argentina...) acabarían buscándose la vida fuera de Estados Unidos. Ya en los 90 tenemos a Bill Wennington, con una larga carrera que empieza en 1985, en realidad. De hecho, Wennington llega a tener una larga carrera como profesional en la NBA pero dividida en dos épocas ya que, en el medio, se marchó a jugar en Europa, a Bolonia. Tras su vuelta, triunfa en los 90 con tres títulos NBA con aquellos Bulls de Michael Jordan. También en los 90, tenemos Todd MacCulloch, quien se retiraría pronto debido a una lesión crónica. Pero, sobre todo, en esta década nos encontramos con el comienzo de dos de las carreras más exitosas de jugadores de este país: las de Rick Fox y Steve Nash. Probablemente, no sean comparables, pero en el contexto de este estudio ambas son relativamente exitosas. Fox estuvo en la NBA de 1991 a 2004 tras llegar desde los Tar Heels de North Carolina, con los que llegó hasta una final four. Elegido en el puesto 24 de la primera ronda por los Boston Celtics, estuvo seis temporadas antes de pasar a Los Angeles Lakers y completar siete más. Sus promedios en la NBA son de 9.6 y 3.8 rebotes en el total de su carrera. Fue tres veces campeón de la NBA, con los Lakers de Kobe Bryant, Shaquille O'Neal y un recién llegado Phil Jackson, que le sacaría mucho rendimiento a Fox, tanto de titular como de suplente. Por su parte, poco se puede añadir a todo lo ya dicho sobre los casi 20 años de carrera de Steve Nash. Dos veces mejor jugador de la NBA, 8 veces All-Star, 5 veces líder en asistencias, tercer jugador con más asistencias en la historia de la NBA por detrás de John Stockton y Jason Kidd. Quedará en la historia por ser uno de esos jugadores sin anillo, aunque hace poco lo consiguió por su trabajo en el apartado técnico con los Golden State Warriors. En cualquier caso, sus Phoenix Suns de los años 2000 pasarán a la historia, aunque sea sin títulos. 

Entrados en el siglo XXI los nombres abundan pero son muchos los que apenas duran: Shim Bullar, un pívot de 2,26, apenas dura una temporada, y poco más duran jugadores como Kris Joseph (ahora en el Élal Chalon francés), Andy Rautins (ahora en el Banvit turco), Kyle Wiltjer (ahora en el Olympiakos griego), Naz Mitrou-Long (Salt Lake City Stars) o Chris Boucher (Santa Cruz Warriors). Aunque estos dos últimos disfrutan, si no me confundo, de esos contratos two-way con los que combinan la NBA y la nueva G-League. Mitrou-Long ha llegado a jugar esta temporada con Utah Jazz, no así Chris Boucher, quien, por cierto, es, en realidad, natural de Santa Lucía. Más carrera hicieron jugadores como el mencionado Jamaal Magloire, Samuel Dalembert, de origen haitiano, Anthony Bennett, aunque no muy exitosa a pesar de las expectativas (y eso que ha sido campeón de la Euroliga), Joel Anthony, dos veces campeón NBA con los Miami Heat, Robert Sacre (ahora en los Hitachi SunRockets Tokyo-Shibuya japoneses) o Andrew Nicholson (ahora en los Guangdong Southern Tigers de China).

Antes de terminar, y como prometíamos al principio, también parece significativo echarle un vistazo al draft para hacernos una idea del peso que tiene Canadá en la producción de jugadores para el mercado profesional norteamericano. En 2013, Anthony Bennett, formado en la Universidad de Nevada Las Vegas, se convirtió en el noveno jugador no norteamericano en ser la primera opción del draft. Antes que él lo habían sido el nigeriano Hakeem Olajuwon (pero internacional por los Estados Unidos); Tim Duncan, el mismo caso que Olajuwon pero natural de las Islas Vírgenes; Michael Olowokandi, de Nigeria pero criado en Inglaterra; el chino Yao Ming; el italiano Andrea Bargnani; y los australianos Andrew Bogut y Kyrie Irving. Tan solo un año después de que Bennett fuera número uno del draft, su compatriota Andrew Wiggins le sucedería. De todas formas, en estos últimos años, ha habido más canadienses en los primerísimos puestos de este importante proceso de selección: Kelly Olynyk fue 13º en 2013, Nik Stauskas, 8º en 2014, Trey Lyles, 12º en 2015, y Jamal Murray, 7º en 2016. En el último draft, el de 2017 no hubo ningún canadiense entre los primeros. Dillon Brooks, por ejemplo, fue elegido en la segunda ronda, muy lejos. De hecho, este último draft ha sido, quizás, no lo he estudiado, el año más norteamericano de los últimos y Markelle Fultz, aún sin debutar, fue el primer norteamericano en ser primero desde Anthony Davis en 2012. Con vistas al futuro, en las previsiones para el draft de 2018, suele aparecer en algunas apuestas el nombre del canadiense Shai Gilgeous-Alexander, base de la Universidad de Kentucky.

En cualquier caso, lo que está claro es que Canadá existe y cuenta. Tan claro como la tendencia al alza en la ampliación del campo de interés de las franquicias norteamericanas. Podríamos cerrar esta larga entrada, ofreciendo alguna reflexión sobre los pros y los contras de esto, pero no seríamos muy originales ni tenemos el tiempo, los recursos y el talento como para hacerlo. Terminaremos con otra reflexión, sorprende una cosa si tienes en cuenta todos estos datos. Si aceptamos como un valor cualificable que un jugador reciba la llamada de una franquicia norteamericana para jugar con ellos, lo haga más o menos, es decir, si aceptamos la prevalencia de la NBA como un indicador de calidad y competitividad, sorprende el poco rendimiento de la selección de baloncesto de Canadá en competiciones internacionales. Instalada en la sección FIBA Americas, los canadienses tienen una medalla de plata en las Olimpiadas como gran logro internacional, pero esta data de 1936. Sus otros éxitos internacionales son más recientes, eso sí, sobre todo la medalla de plata en los Juegos Panamericanos, que consiguieron en 2015. Muchos de los nombres que hemos mencionado aquí estaban en aquella selección (Shim Bullar, Anthony Bennett, Jamal Murray, Kyle Wiltjer, Andrew Nicholson o Dillon Brooks). Quedaron por delante de los Estados Unidos de Malcolm Brogdon, Anthony Randolph, Taurean Prince, Ron Baker o Keith Langford) pero no pudieron con la Brasil de Ricardo Fischer, Raulzinho Neto, Rafael Luz, Vitor Benite, Augusto Lima o Raffael Hettsheimeir. Por cierto, la selección femenina se llevaría el oro aquel año. Además de esta medalla de plata, los otros éxitos de Canadá nos refieren al FIBA AmeriCup, la competición equivalente al Eurobasket. Dos medallas de plata, en 1980 y en 1999 (con Steve Nash); y cuatro de bronce, 1984, 1988, 2001 (con Steve Nash) y 2015. Sorprende, sin embargo, que en 13 apariciones en el Campeonato del Mundo de baloncesto, su mejor posición haya sido un sexto puesto, y ambos logrados en 1978 y 1982. Solo han participado en tres de las últimas ediciones, la de 2010, no calificándose para ninguna de las otras dos. Y en la de 2010, que tuvo lugar en Turquía, terminaron en la posición vigesimosegunda, es decir, antepenúltimos. Jugaron cinco partidos y perdieron los cinco, ante Lituania, España, Líbano, Nueva Zelanda y Francia. Hubo, sin embargo, un detalle numérico para la esperanza. Y es que excepto la derrota ante España, en el último partido del grupo, que fue por 22 puntos de diferencia, las demás derrotas fueron apretadas o relativamente apretadas: perdieron por 10 ante el Líbano y Nueva Zelanda, por solo dos puntos ante Lituania y de cinco ante Francia. El equipo canadiense, dirigido por un ex NBA y ex ACB al que ya hemos mencionado aquí, Leo Rautins, estaba formado por jugadores que también aparecen en negrita en esta entrada: el hijo del entrenador, Andy Rautins, Kelly Olynyk, Robert Sacre o Joel Anthony. 

Posdata: Más que nada porque fue el primero, vamos a darle el titular a Hank Biasatti, aunque no hayamos dicho gran cosa de él. La fotografía solo tiene relación con esta entrada porque hablamos de Canadá. Por lo demás, me parece una fotografía magnífica. No puedo dejar de fijarme en los detalles, tú.

sábado, 3 de febrero de 2018

Martin Krampelj

Imagen de google images, aparentemente desde la web de Omaha World-Herald.


Desde que lo dejamos con una racha de tres victorias consecutivas en partidos de la Big East, nos hemos perdido una secuencia de seis partidos, dentro de la misma conferencia, que han resultado en un récord igualado para los arrendajos azules: tres victorias y tres derrotas. Con estos resultados, los de Creighton son cuartos en la clasificación de la conferencia con 7-4. Quedan siete partidos de conferencia para terminar la ronda regular y a los de Greg McDermott les aparecerán cinco partidos contra equipos que están peor o igual que ellos. Será difícil que venzan a Xavier o Villanova, aunque a ambos los reciben en el CenturyLink de Omaha y eso siempre puede ser un factor a favor. Pero, los otros cinco partidos serán contra Butler, a quien ya han ganado y tiene el mismo récord que ellos, y De Paul y Marquette, a los que se enfrentarán en dos ocasiones con cada uno de ellos. Los dos tienen récords negativos. Por lo tanto, podemos concluir que los Bluejays no tienen disculpa para mantener esa cuarta posición e incluso disputarle la tercera a Seton Hall. 

Sin embargo, antes de que pasemos a repasar los seis partidos de los que aún no habíamos dado cuenta, debemos dar la noticia más negativa que ha protagonizado este periodo de la temporada. Igual que pasó el año pasado con Maurice Watson Jr, los Bluejays también se han visto este año sorprendidos con una baja en el momento más oportuno de la temporada. Y, para este blog, más triste aún, porque el jugador que ha caído lesionado para una larga temporada (lo que resta de la misma) ha sido el que da título a nuestras entradas: el esloveno Martin Krampelj. Rotura del ligamento anterior cruzado y menisco, eso fue lo que le pasó a Krampelj en el partido que los de Creighton disputaban ante Seton Hall en el CenturyLink. Tendrá que pasar por quirófano y, como decimos, se perderá lo que resta de temporada. Le ocurre esto justo en su segundo año en la universidad, cuando se había convertido en uno de los jugadores sorpresa de la temporada en la Big East, promediando 11.9 y 8.1 rebotes por partido y siendo la referencia interior de su equipo. Lo deja siendo su tercer máximo anotador tanto en porcentaje como en el acumulado y su mejor reboteador y taponador. Igual que pasó el año pasado cuando Maurice Watson Jr cayó lesionado, la de Krampelj también parece una baja sensible para el equipo, justo cuando se acerca el momento definitivo de la temporada. 

Esos seis partidos de los que hablábamos antes empezaron con derrota, la que rotunda que recibieron en Cincinnati ante Xavier (70-92) y se cerraron igual: también fuera y con una derrota sin paliativos, 78 a 98 en el Wells Fargo de Filadelfia ante la gran favorita Villanova, quienes, por cierto, batieron un récord de acierto desde la línea de tres puntos en este partido. Por el medio, hubo otra derrota, también fuera, la que sufrieron en Providence, Rhode Island, ante Providence, por 71 a 85. Las tres victorias las consiguieron ante St. John's a domicilio, venciendo por 68 a 63 en el Carnesecca Arena de Queens, y ante Seton Hall (80-63) y Georgetown (77-85) en Omaha, con especial emoción ante estos últimos ya que era el día en el que los habituales del CenturyLink celebran el Pink Out, un partido benéfico en favor de la lucha contra el cáncer que congregó, en las gradas, a más de 18.000 personas. 

Ante Xavier, el equipo estuvo flojo tanto en ataque como en defensa. Marcus Foster, con 16, fue el mejor anotador de su equipo, pero igualado en puntos con un gran Mitch Ballock, quien, saliendo desde el banquillo, aprovechó muy bien sus veinte minutos. También desde el banquillo, buen partido (13 puntos y 6 rebotes) del habitual sexto hombre del equipo, Ronnie Harrell Jr. Martin Krampelj estuvo más flojo de lo habitual y solo disputó 22 minutos sobre la cancha, aportando 4 puntos y 4 rebotes. La otra derrota también entraba dentro de los planes e incluso quedó maquillada. 19 de 39 en triples para los de Jay Wright, de los cuales 17 los consiguieron sus cinco titulares, destacando el partido de Jalen Brunson y Mikal Bridges. Por Creighton, Marcus Foster, con 20 puntos, volvió a ser el arma principal en ataque, aunque destacaron, saliendo de reservas, dos meritorios, Kaleb Joseph, con 12 puntos y 3 rebotes y Ty-Shon Alexander, con 10 puntos. La otra derrota, también fuera y contundente, sucedió en Rhode Island. Ante Providence, otros 22 puntos de Marcus Foster y buen partido de Khyri Thomas, con 15 puntos, 3 asistencias y 3 robos. En la reserva, volvió a destacar Mitch Ballock. Las victorias en casa ante Seton Hall y Georgetown estuvieron lideradas por Marcus Foster, quien consiguió 25 puntos ante Seton Hall y 28 ante Georgetown. Ante los primeros, también destacó Ronnie Harrell Jr, con 18 puntos, 5 rebotes y 4 asistencias. A Martin Krampelj solo le dio tiempo a jugar 13 minutos en los que apuntaba a buen partido, ya que, hasta ese momento, ya había conseguido 6 puntos, 4 rebotes y 2 tapones. Ante Georgetown, con los ribetes de la camiseta teñidos de rosa para celebrar el Pink Out, además de Foster, destacaron Khyri Thomas con 22 puntos y Toby Hegner con otros 16 puntos. La otra victoria fue más apretada, con peores porcentajes, y tuvo lugar fuera de casa, en New York, ante St. John's, venciendo por 68 a 63. Volvieron a destacar los mismos tres hombres, Toby Hegner, Khyri Thomas y Marcus Foster, pero, en esta ocasión, con más incidencia aún, ya que, entre los tres, consiguieron 59 de los 68 puntos del equipo. De esos 59, Marcus Foster hizo 24, además de conseguir 8 rebotes; Khyri Thomas consiguió 19 puntos, 7 rebotes y 3 asistencias; y, finalmente, Hegner añadió 16 puntos y 3 rebotes. 

Para cerrar, destacaremos el debut del australiano Jacob Epperson. Su primer partido de la temporada fue ante Georgetown. El segundo, ante Villanova. Se trata de un freshman de 2'10 al que McDermott se ha visto obligado a recurrir tras la lesión de Krampelj. Tras una pretemporada en la que quedaron patentes sus carencias, Epperson y su equipo decidieron que se convirtiera en un redshirt (el color de la camiseta es culpa del primero que lo hizo, que lo hizo con los colores de Nebraska), una condición que permite alargar en un año los cuatro de carrera universitaria porque uno te lo pasas entrenando y estudiando pero sin jugar. Con Krampelj fuera y Hegner renqueante de su tobillo, McDermott se atrevió a proponerle a Epperson que cambiaran el plan. Y él no se lo pensó. Ha ganado peso y personalidad. Le falta hacerse con el ritmo y la conjunción. Ante Georgetown apenas jugó 9 minutos y consiguió 2 puntos (su primera canasta fue un mate), 2 rebotes y 1 asistencia. Sin embargo, ante Villanova, sus prestaciones han hecho aumentar las esperanzas de que quizá pueda llenar el hueco de Krampelj, visto que McDermott no parece confiar plenamente en Manny Suarez. En 17 minutos, Jepperson consiguió 7 puntos, 2 rebotes y 1 asistencia. Puede que, a partir de ahora, su impacto en la rotación del equipo suba. Son las cosas de la NCAA. 

Como siempre, seguiremos hablando de ellos. 

jueves, 1 de febrero de 2018

Matteo Malucelli



Ha empezado la temporada 2017-2018 en carretera y casi no nos hemos dado cuenta. Muchos aún andan a vueltas con el asunto de Chris Froome o el de las invitaciones a las tres grandes. Otros buscamos cómo enterarnos de los cambios que ha habido y de los nuevos maillots y licencias y corredores. Pero, empezar, ha empezado la cosa y ya ha llegado hasta a Europa. 

Y es que parece que la cosa no empieza hasta que no llega al viejo continente. Casi que no cuentan las islas. Antes, parecía que Francia abría la temporada, pero lo cierto es que ésta empieza mucho antes en lugares como Venezuela, Australia o Gabón. 

Ahora mismo, están en pleno desarrollo tres pruebas veteranas del calendario: la Vuelta a Valencia, la Estrella de Besseges y el Herald Sun Tour. La cosa empieza a tomar fuerza y, enseguida, los corredores empezarán a ocupar más espacio en la prensa deportiva. En España, Danny Van Poppel, del Lotto NL Jumbo, estrenó el palmarés de esta edición de la Vuelta a Valencia al ganar la primera etapa. Lo mismo hizo Marc Sarreau, del FDJ, en Francia, venciendo en la primera de la Estrella de Besseges. Australia ya ha visto como se disputaban dos etapas del Herald Sun Tour. La primera se la llevó el británico Edward Clancy, del JLT Condor, y la segunda Lasse Norman Hassen, del Aqua Blue Sport. 

Pero, como decíamos, la temporada ya había empezado antes. Echémosle un repaso rápido a las pruebas que han estrenado esta temporada y que, en algunos casos, han pasado desapercibidas porque, en general, tendemos a olvidarnos de lo que pasa en los márgenes. Aunque sea interesante.

El venezolano Pedro Gutiérrez le puso nombre al dominio de su país en la Vuelta al Táchira. Esta prueba, una vieja conocida del calendario que ha visto a ganadores como Ángel Yesid Camargo, Leonardo Sierra, Hernán Darío Muñoz, José Rujano o Hernán Buenahora, por nombrar a unos pocos, siempre suele ser sinónimo de que ya comienza todo. Este año, los ganadores de etapa han sido Matteo Malucelli, en dos ocasiones, el vencedor final, Pedro Gutiérrez, Iván Sosa, Jorge Abreu, José Márquez, el costarricense Kevin Rivera, Cristhian Talero, José Rodolfo Serpa y Yonatta Monsalve. El dominio venezolano, como decíamos, ha sido patente en la general final, donde también ha brillado el mejor joven, un Franklin Chacón, que correrá en el equipo amateur español Aldro Team que dirigen Herminio Díaz Zabala y David Etxebarria. También ha sido una buena prueba para el equipo italiano Androni Sidermec que se vuelve a su país con unas cuantas alegrías. 

La Tropicale Amissa Bongo se disputa en Gabón pero suele tener presencia europea, sobre todo, francesa. Por ejemplo, en el palmarés de ganadores finales encontramos a corredores como Frederic Guesdon, Jussi Veikkanen, Anthony Charteau, Yohan Gene o Natnael Berhane. Este año, el ganador ha sido Joseph Areruya, un joven ciclista ruandés que este año formará parte de la plantilla profesional del Dimension Data, equipo que tiene puestas muchas ilusiones en el desarrollo de este corredor. En las victorias parciales, sin embargo, destacó un veterano como Rinaldo Nocentini que se llevó dos. Las mismas que se llevó el australiano del equipo francés Delko, Brenton Jones, uno que apunta a sorpresa de esta temporada. El propio Areruya venció en una y el resto fueron para Lucas Carstensen y Luca Pacioni. 

El Tour Down Under australiano sí que es una prueba con reputación y peso en el calendario internacional. No en vano, Andre Greipel es el corredor que más etapas ha conseguido en su historia y Simon Gerrans el que más veces se ha llevado la general, pero es, en líneas generales, una prueba atractiva para los equipos internacionales. Este año, el vencedor final ha sido el sudafricano Daryl Impey, quien corre para el Mitchelton-Scott, antiguo Orica, y al que se le veía muy contento. El alemán Andre Greipel se llevó dos esprints más para su amplio palmarés, pero le ganaron en otros tres los corredores Caleb Ewan, Elia Viviani y Peter Sagan. Richie Porte se impuso en Willunga Hill, el final que suele decidir la general. 

Cerca de allí también se disputó la New Zealand Cycling Classic que ganó Hayden McCormick, un joven corredor salido de la cantera belga, que creo que andaba corriendo en Gran Bretaña y que disputó esta carrera con la selección de Australia. Las etapas se las llevaron corredores como Nicholas Reddish, Cameron Scott, Matthew Gibson, el británico Ian Bibby o Jordan Kerby. Quizás, de todas las pruebas que se disputan en las antípodas, esta sea la menos reconocida internacionalmente, pero en su palmarés, aún así, aparecen corredores como Robbie McEwen, Julian Dean, Hayden Roulston, Travis Meyer, George Bennett, Jay McCarthy, Nathan Earle...

Otro clásico del comienzo de la temporada, sobre todo en los últimos años, es la Vuelta a San Juan argentina. Lo de los últimos años está claro solo con mirar la lista de pódiums. Excepto el chileno Víctor Caro, que la ganó en 1983, no podías ver a otro corredor no argentino entre los tres primeros hasta el año pasado, cuando Bauke Mollema, Óscar Sevilla y el colombiano Rodolfo Torres acabaron en las tres primeras posiciones. Este año, la victoria ha vuelto a ser nacional, ya que el ganador final ha sido Gonzalo Najar, un corredor de 24 años, actual campeón de Argentina en ruta, en el que el ciclismo de su país tiene puestas muchas esperanzas. Sin embargo, Óscar Sevilla ha repetido en el segundo puesto y el italiano Filippo Gana ha acabado tercero, atestiguando que, en los últimos años, ha habido un crecimiento en el interés internacional por esta prueba. Algo que también se aprecia en las victorias parciales de esta edición, porque las únicas victorias argentinas han sido las del propio vencedor final, Gonzalo Najar, y la de todo un veterano con amplia carrera en Europa, Maximiliano Richeze. El resto ha ido a parar a Colombia (Fernando Gaviria), Italia (Filippo Gana y Giacomo Nizzolo), Costa Rica (Román Villalobos) y Bélgica (Jelle Wallays). Ha habido otros corredores internacionales que, aunque no hayan ganado, han tenido su protagonismo, y, por resaltar uno, destacaremos el buen rendimiento en las llegadas de un prometedor hombre rápido español llamado Manuel Peñalver, de 19 años y natural de Torrevieja, quien debuta este año en continental de la mano de un equipo italiano, si no me confundo.

Menos conocida es la siguiente prueba: el Sharjah Tour que se disputa en los Emiratos Árabes Unidos, pero, por aquí, sí conocemos al ganador final, ya que, la general se la ha llevado el veterano ciclista español Javi Moreno, quien ha comenzado una nueva etapa en el equipo francés Delko, después de no tener mucho éxito en el Bahrain-Merida. Las etapas parciales han sido para el francés Julien Morice, el italiano Jakub Mareczko, en dos ocasiones, quien sigue ganando y ganando, y el prometedor Salim Kipkemboi, un corredor keniata de 19 años que corre para el equipo continental alemán Bike Aid. Esta es una prueba relativamente joven. Paco Mancebo ha sido segundo y tercero en las dos ediciones anteriores, que ganaron los marroquíes Adil Jelloul y Soufiane Haddi. Antes ganaron Alexander Pliuschin y el australiano Ramon Van Uden.

En el Tour de Indonesia, la general final ha sido para Ariya Phounsavath, un corredor de Laos de 26 años que corre, si no me confundo, para el equipo continental del Thailand Continental Cycling Team. Las etapas fueron para el suizo Dylan Page, el indonesio Abdul Gani y para el veterano tailandés Peerapol Chawchiangkwang. Esta es una prueba que ha sido recuperada recientemente y que, en anteriores ediciones, han ganado corredores como el irlandés David McCann o el australiano Eric Sheppard. En esta edición, destacamos el buen rendimiento del corredor vasco Jokin Etxabe, 2º en la última etapa y 3º en la general final. Lleva dos años buscándose la vida en equipos continentales. Si el año pasado estuvo en Estados Unidos con el Aevolo, este año estará en Italia con el Interpro Stradalli. 

El calendario español siempre lo abre la Challenge de Mallorca. Este año, una buena muestra del peso que tiene esta carrera en el circuito internacional es que los cuatro trofeos que la completan los han ganado corredores extranjeros. Dos de ellos, el primero y el último, los ganó el alemán John Degenkolb, al que se le veía exultante después de recuperar el sabor de la victoria. Los otros dos fueron para el belga Tim Wellens y para el letón del Trek Toms Skujins. 

La última prueba por etapas de este primer tramo de apertura de la temporada es el Tour Internacional des Zibans que se disputa en Argelia. Una prueba nueva que se incluye en el UCI Africa Tour. El ganador final ha sido el marroquí Abdellah Hida. Las victorias parciales han sido para el español Aitor Escobar, ex corredor de equipos continentales dominicanos y argentinos, quien sorprendió en la primera etapa, Abel Teweldemedhn, un joven corredor de Eritrea y el veterano corredor argelino, ex del Dimension Data, Youcef Reguigui. 

También en este comienzo se han disputado dos pruebas de un día. Primero, la de más reciente creación. La que lleva el nombre de uno de los mejores corredores australianos de los últimos tiempos, la Cadel Evans Green Ocean Road Race. Es el cuarto año que se disputa y, por primera vez, la ha ganado un australiano, en concreto, Jay McCarthy, quien se coronó por delante del italiano Elia Viviani y del sudafricano Daryl Impey. En las anteriores ediciones, la tendencia había sido al revés. Hasta tres veces en tres ediciones fueron corredores australianos subcampeones y en otras dos ocasiones ocuparon la tercera plaza del cajón, dejando a corredores internacionales como Nikias Arndt, Peter Kennaugh y Gianni Meersman la victoria final. 

La otra prueba de un día, por supuesto, es la que lleva el nombre de su función, el Gran Premio Apertura La Marsellesa o, oficialmente, GP La Marseillaise. Una prueba que, en su palmarés, tiene a gente como  Charly Mottet, Bernard Hinault, Johnny Weltz, Edwin Van Hooydonck, Richard Virenque, Franck Vandenbroucke, Didier Rous, Jakob Piil... A todos ellos, se sumó este año el francés del Ag2r Alexandre Geniez, quien ganó al esprint al noruego Odd Eiking, del Wanty-Groupe Goubert, y al también francés Lilian Calmejane, del Direct Energie, dejando a Jesús Herrada, del Cofidis, fuera del pódium. Fue una prueba repleta de escapadas, intentonas y ataques.  

Por supuesto, no seguiremos con este ritmo. No vamos a ir desgranando aquí lo que pase en todo el calendario UCI, pero creíamos conveniente estrenar la temporada siendo un poco más detallados ya que, como todos los años, el ciclismo ocupará un espacio en este blog y le dedicaremos el mismo tiempo a lo más mediático y a lo que podríamos llamar incorrectamente como lo más exótico. O quizás más a lo segundo. 

El titular se lo damos a Matteo Malucelli porque, oficialmente, él fue el primer ganador del calendario UCI de este año 2018 (quitando algún campeonato nacional) al ganar la primera etapa de la Vuelta a Táchira. Lleva corriendo unos cuantos años ya, a pesar de tener aún 24 años, y ya ha conseguido victorias parciales en carreras como la Vuelta a Portugal, la An Post Race, el Tour de Eslovaquia, la Vuelta a Marruecos o el Tour de Bihor. Es un corredor al que le falta dar un paso definitivo pero que a buen seguro lo dará en cualquier momento. Esta puede ser su temporada, aunque su equipo parece que no va a estar en el Giro de Italia.  


Posdata: la imagen creo que ilustra su victoria en la Vuelta al Táchira y, aunque la encontré en el buscador de imágenes de google viene de la web actualizat.com.